El efecto Flynn y los teléfonos inteligentes

Lo primero que escucho en las mañanas es la alarma del teléfono de mi esposa. Ese aparato que la gente llama “inteligente”, y a pesar que no estoy de acuerdo con esa definición debo reconocer que puede ser más inteligente que algunas de las personas que lo usan. Por ejemplo, ese personaje que viaja en el colectivo escuchando música desde su teléfono, pero sin audífonos. Hay móviles que tienen muy buenos parlantes. Generalmente, la calidad de los parlantes es inversamente proporcional a la calidad de la música que emiten.

Otro ejemplo de la paradoja de los aparatos inteligentes son los jugadores de Pokemon Go. Con la esperanza que entre ustedes se encuentre una persona que no sepa de lo que hablo, les diré que Pokemon Go es un juego de realidad aumentada, una tecnología que mezcla personajes de Pokemon, como el famoso Pikachu, con imágenes de nuestro entorno a través de la cámara del teléfono inteligente. El juego consiste en atrapar a estos escurridizos personajes mientras los persigues por las calles que nos rodean, siempre a través de la pantalla del teléfono. Durante un tiempo este juego causó euforia, y también causó accidentes que deberán registrarse entre las páginas de la antropología actual.

Se han dado cuenta que la estupidez no se puede medir, es decir, nadie ha logrado, o ha querido crear una escala para medir la estupidez. Tal vez porque resulta imposible medir las cosas que no tienen límite. Por otro lado, la inteligencia sí se puede medir.

El primer test moderno de inteligencia lo desarrolló el francés Alfred Binet, en 1904. Su objetivo era encontrar a los estudiantes deficientes, a los que necesitaban refuerzo en su aprendizaje, luego pasó a usarse en el ejército de los EEUU para seleccionar a los mejores candidatos a oficiales y de ahí pasó al régimen nacional-socialista en Alemania que los utilizó para seleccionar genes supuestamente débiles, una disciplina que se conoce como eugenesia. La estupidez no conoce límites.

James Robert Flynn ​​fue un escritor e investigador de la inteligencia humana, famoso por sus publicaciones sobre el continuo aumento año tras año de los puntajes del Cociente intelectual en todo el mundo, este fenómeno ahora se conoce como el Efecto Flynn, y define que a partir de 1930, cada 10 años el cociente intelectual subía unos 4 puntos. Es decir que una persona con un CI promedio en 1984 habría sido una superdotada a inicios del siglo XX. Pero no se trata de un fenómeno genético, ni morfológico, se debe sobre todo a factores externos, como la educación, la medicina y la alimentación.

Una de las razones más importantes para el aumento de la inteligencia humana está relacionada con el desarrollo social, principalmente con el trabajo. A inicios del siglo XX la mayoría de personas aún vivían en el campo y su vida estaba sujeta a una serie de rutinas y acciones repetitivas que no exigían nada particular al pensamiento y sí bastante a la memoria. Debíamos recordar cuándo sembrar, cuándo cosechar, cuándo sacar al ganado, cuándo lanzar el anzuelo, cuándo recogerlo y cuándo recolectar los huevos. Hacerlo necesita un tiempo corto de aprendizaje y poco compromiso del pensamiento, ya que son tareas que hacemos en automático. Y no mucho más. Cuando empezó la revolución industrial y la vida se concentró en los centros urbanos, y los trabajos fueron adquiriendo nuevos niveles de complejidad, el pensamiento abstracto se hizo cada vez más necesario y la creatividad, el pensamiento divergente y la inteligencia se volvieron más comunes.



El meollo del asunto es que cuánto más se usa el cerebro, más conexiones sinápticas se crean, más neuronas entran en juego, más ágiles se producen los pensamientos. Cuánto más usamos el cerebro, más inteligentes nos volvemos.

Un día nos llegó el ominoso año 2004, cuando un grupo de investigadores noruegos detectaron que el efecto Flynn había desaparecido. Desde finales de los 90, los valores del cociente intelectual habían descendido levemente. En 2016 el psicólogo Heiner Reinderman hizo una encuesta entre la comunidad científica tratando de encontrar la causa de este fenómeno y surgieron ideas como que los inmigrantes disminuían los valores de CI, o que la gente inteligente se reproduce menos. Un poco de eugenesia en tiempos modernos. Pero un estudio de 2018 demostró que los valores de CI disminuyen también entre los miembros de una misma familia, de padres a hijos.

La bióloga Barbara Demeneix plantea una teoría en su libro titulado el Coctel Tóxico, ella afirma que la polución química está envenenando nuestros cerebros. Basada en datos de la ONU, indica que la producción de sustancias químicas con las que tenemos contacto directo o indirecto, se ha multiplicado 300 veces desde 1970. Están en todas partes, en el suelo, en el agua, en los alimentos, en el aire, sobre todo en los envases de plástico y en los cosméticos. La Dra. Barbara Demeneix nunca usa cosméticos.

Lutz Janke, neuropsicólogo, plantea una teoría adicional. Considerando que el cerebro humano procesa entre 11 y 60 bits por segundo, en el ecosistema urbano nuestro cerebro está expuesto a un promedio de 11 millones de bits por segundo. Entonces Janke aclara que esto ha pasado desde hace mucho tiempo, sin embargo en la actualidad el problema más grande al que nos enfrentamos es la enorme cantidad de información basura que recibimos en los medios digitales. Nuestro cerebro no es capaz de procesar tanta información y poco a poco va perdiendo su capacidad de procesar información en general.

Se hizo un experimento muy interesante en la Universidad de Standford, dividiendo a 500 estudiantes en 3 grupos y asignándoles las mismas pruebas de inteligencia. Al primer grupo le quitaron los celulares, al segundo grupo se les permitió conservarlos pero apagados, al tercer grupo se les permitió usarlos. El desempeño del tercer grupo fue el peor, y el segundo grupo lo hizo peor que el primero.

Cuando utilizamos tecnología, condenamos al olvido ciertas habilidades físicas. El uso de la escritura disminuyó el empleo de la memoria. La imprenta redujo el uso de la escritura. El GPS hace innecesaria la orientación en el espacio. Y algunas personas, las más optimistas tal vez, dicen que no hay problema en que los chicos tengan que memorizar menos cosas, porque así dejan espacio en su disco duro para otros pensamientos, para ser más creativos, qué se yo. Pero el neurobiólogo alemán Martin Corte, lo explica, aclarando que los humanos no tenemos discos duros y que el cerebro desarrolla más cuanta más información metemos en él. Cuántas más acciones nuevas ingresan en nuestro cerebro se crean más conexiones neuronales y la estructura misma del cerebro se enriquece.

Así que si te creías muy inteligente porque utilizas todas las aplicaciones del celular para organizar tu día, para recordar los cumpleaños, para llegar en tu auto o para dominar la ilusión de la multi-tarea, pues debo decirte que es todo lo contrario. En lugar de ejercitar las piernas del cerebro, lo estás subiendo a una silla de ruedas que va camino al precipicio del alzheimer y tarde nos daremos cuenta que la silla no tiene frenos.



Estimular el lóbulo frontal, aprender todos los días algo nuevo, recordar nombres, leer libros, aprender poesía o canciones con letras poéticas, alimentarnos bien, respirar aire puro, ventilar la casa, utilizar menos químicos y rechazar los plásticos, ¿quién lo diría?, son todas acciones que pueden devolvernos la inteligencia. O acaso pensabas que esas estadísticas no te afectan a ti. Ha!

Pero por encima de todo, debes recordar la acción que para mí es la más importante para preservar la inteligencia humana. Si escuchas reggaeton usa tus audífonos.






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