El privilegio de ponerse en los zapatos del otro

Ya son 15 días del Paro Nacional convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, que en los últimos años se consolidó como la organización social más poderosa del país, y tal vez la única capaz de oponerse con fuerza significativa a las políticas de los gobiernos de turno, ya que el resto de organizaciones (sociales, gremiales y sindicales) fueron destruidas o neutralizadas por el cartel que gobernó años atrás. En el segundo año de la década de los 20s en Ecuador, no existe otra organización social capaz de representar a las bases.

Para una parte de la sociedad a la que pertenecemos los dueños de vivienda, con un ingreso estable por encima de los 15 mil dólares anuales, con uno o dos autos por familia, y tal vez con hijos educados en un sistema privado, hay políticas de gobierno que resultan incómodas, pero soportables. La gasolina está cerca a los 5 dólares por galón, el sistema tributario exige pagos mínimos obligatorios, las políticas bancarias han sido liberadas nuevamente, el empleo volvió a precarizarse, la educación y la salud públicas sigue siendo una desgracia, la canasta alimenticia básica está por encima de $700 y el sueldo básico es menor a $500 mensuales. Para "nosotros" significa que debemos gastar un poco más en gasolina, tal vez pagar unas decenas de dólares en impuestos, usar menos los sistemas bancarios y las tarjetas de crédito, y equilibrar ahorrando unos cuantos dólares al mes pagando menos beneficios laborales. Para quienes ganan el sueldo básico, los problemas son mucho más serios. Les cuento de Lila.

Sonó el timbre de mi casa, pero el intercomunicador permite escuchar las respuestas del resto de vecinos.
– ¿Quién es? –una voz metálica.
– Buenas tardes. Soy una madre soltera y le molesto para preguntar si no necesitará ayuda. – con miedo.
– Ah, no, no. ¡No necesitamos nada! Gracias. Hasta luego.
– Espere. No se vaya. – le dije.
Salí a la puerta y conversamos un rato. Era una mujer pequeña y delgada. Llevaba a su hijo en brazos, el pequeño de 2 años se había quedado dormido, tal vez estaba insolado. Tomaron agua y comieron pan, y me contó que a veces se pasa así todo el día y no consigue nada, entonces pide caridad para poder alimentar a sus hijos. Ella está dispuesta a trabajar, pero la gente no le da la oportunidad. Le digo que tenemos miedo, ella no dice nada. Le cuento las veces que han robado casas por ahí y ella no dice nada. Le pido disculpas por no poder ofrecerle empleo y me responde –Gracias. – pero su tono es una mezcla de decepción y cansancio. La historia de Lila no es una historia de dignidad, de crecimiento o de superación, es un historia de hambre y desesperación.

Mi primera conclusión es que esta parte de la clase media a la que pertenezco vive una burbuja de comodidad que nos impide ver lo que está pasando en la estructura social del país. Y nos conviene saberlo, porque si ahora nos parece incómodo que una muchedumbre formada por miles de personas nos alborote los parques y nos impida el paso al trabajo, será insoportable cuando la violencia y la inseguridad se conviertan en la norma, cuando nuestros cómodos empleos se acaben y nuestras rentables empresas cierren. Porque la receta perfecta para la destrucción del Estado consiste en una pesada mezcla de precariedad social, injusticia y corrupción, ingredientes que abundan en nuestro entorno. ¿Cúanto tiempo tenemos hasta que aparezca el líder mesiánico que quiera salvarnos? ¿O que los narcos impongan los siguientes toques de queda?

Cuando eso ocurra, cuando el resentimiento y la desesperación malparan un nuevo "Chávez" en estas tierras (un Velasco, un Bucarám, un Correa, un Maduro, un Putin), ya sabrás que es hora de hacer las maletas. Afortunadamente la democracia es participativa, y ese nuevo sátrapa aún no llega, pero no sabemos cuánto tiempo tenemos para evitarlo. Yo empecé informándome y compartiendo información. Luego pasé a educarme, lo que hizo ver que mi conocimiento de política estaba en nivel A, de analfabeta, confundiendo nación con estado y gobierno con sistema, creyendo que la izquierda y la derecha son opuestas y que la policía protege a los ciudadanos. Mi generación creció con esas ideas. Y me pregunto ¿qué idea tienen de política las generaciones que ya no recibieron ni ética, ni lógica, ni cívica en el colegio? 

Ahora creo que el mayor engaño en el que caimos es creer que 'la política es para ladrones'. Una profecía autocumplida, que ha puesto en manos de los personajes de la peor calaña los destinos de muchas naciones, y su ética particular va filtrando poco a poco instituciones, empresas y personas. Un poco de lógica es suficiente para ver que si todos actuamos del mismo modo, terminaremos destruyéndonos. Respetar las instituciones nos permite vivir con seguridad y si esas instituciones nos perjudican, hablemos, hagamos acuerdos y cambiemos las cosas. Eso es democracia. Cerrar carreteras, destruir infraestructura, golpear gente, eso no es democracia. Tampoco lo es arrestar líderes, confrontar con la fuerza pública, negarse a dialogar. Pero más que nada, declarar estado de emergencia (o estado marcial) es todo lo contrario a la democracia, es el camino al absolutismo.

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